miércoles, 9 de febrero de 2011

Memoria de Carlos Miguel Tillet







Extraído del libro “Aquellas semillas rojas”, docentes y alumnos del Instituto Santa María, Mercedes (B), Jóvenes y Memoria 2009.

En su libro sobre el dictador Jorge Rafael Videla, María Seoane y Vicente Muleiro escriben el siguiente episodio sobre la desaparición de un amigo de la familia Videla, ocurrida en 1976:

“[...] Marta, hermana de Jorge Rafael, se casó con el dirigente conservador Juan Espil, quien era admirador del jefe del conservadurismo popular Vicente Solano Lima. Esa admiración hizo que a uno de sus hijos varones le pusiera de nombre Solano. El 3 de diciembre de 1976, un compañero de juegos de la infancia de Solano, ‘de esos que iban a la casa desde que jugaban a la bolita’, Carlos Miguel Tillet, pasó a integrar la lista de desaparecidos. 
Hugo Bonafina relató que Videla no permitía que desde su familia le llegaran pedidos por ciudadanos desaparecidos, aunque formaran parte del mundo afectivo de sus parientes más cercanos. Enterada de la desaparición del amigo de la infancia de su hijo, Marta no se movilizó a favor del muchacho. María Olga [madre de Jorge Rafael] también fue informada de esa desaparición pero no pidió por Tillet a su hijo el dictador [...]. Mientras tanto, el amigo de su nieto fue descendido a las catacumbas de la dictadura, lacerado su cuerpo, tronchada su vida y desaparecido su cadáver. [...]”

Pero no todos los amigos de Carlos Miguel eran como ese. La prueba es este testimonio obtenido vía correo electrónico desde Madrid, España, escrito por Mónica Mehaudy, quien fuera una gran amiga de Carlitos desde épocas de su adolescencia. Dice así:

“Carlos Miguel

La amistad adolescente es la que marca ciertos valores que nos acompañan toda la vida. Quizá porque en esa época el tiempo para el debate y la curiosidad son infinitos. Los adolescentes exploran la vida desde la perspectiva de la inmunidad, el riesgo y la inmortalidad... Mi amistad con Carlos Miguel (a pesar que nos conocíamos desde siempre) comenzó cuando yo tenía 13 y él 14 o 15 años. No terminó nunca...
Fue el tercero de cinco hermanos varones en la familia Tillet. Inquieto, curioso, algo travieso, delgado, con el pelo rizado y mirada profunda. Si cierro los ojos y me sitúo frente a su casa recuerdo una puerta grande hermosa que daba a un hall en los que cabíamos todos, los amigos de Carlos Miguel, de Marcelito, de Luis, Eduardo y el pequeño Rodolfo, las novias, las primas... todos.
– Pasá Mónica – decía mamá Tillet (mi querida ‘negrita’). – Vení, sentate, contame cómo estás... Y en el patio lleno de flores que da a la cocina con Eva sirviendo refrescos sentía el placer de estar allí.
En esa casa, en ese clima de amor, respeto y bienestar creció Carlos. Estudió en San Patricio, le interesaba la historia y la filosofía y escribía poesías en su cuaderno Gloria, seguramente en las clases de matemáticas o biología.
Siempre tuvimos largas e improductivas charlas sobre la fe, el dinero, el poder, la codicia, la bondad... Los sueños, la gente.
Se enamoraba muchas veces, tenía éxito con las chicas. Disfrutaba de su barra de amigos, era divertido y tranquilo. No recuerdo verlo implicado en broncas y peleas de la edad. Solía vestir vaqueros ajustados que enfundaban sus largas piernas, camisas o remeras de muy buen gusto, mocasines o zapatillas, siempre muy cuidado. Detestaba su pelo rizado...recuerdo una noche en la que mi hermana Myrtha y yo le estiramos el pelo con la plancha sobre la mesa de la cocina de nuestra casa con un trapo húmedo ¡jajaja! Normalmente lo llevaba largo y engominado para estirarlo.
En esa época leyó a Cortázar, Mafalda, Fromm y algo de Borges de quien polemizamos muchas veces. Íbamos al cine club y a los conciertos y conferencias del Colegio Nacional. Era romántico, creo, ya que su película favorita era El Graduado con Dustin Hoffman. Le impresionó el momento en el cual ‘el chico’ va por la carretera en su descapotable velozmente para rescatar a su amada a punto de casarse con otro, la escena está envuelta en un etéreo impresionante del tema “Mrs. Robinson” de Simon y Garfunkel.
Pero tengo que reconocer que nuestra influencia más feroz fueron Los Beatles. Carlos amaba la música de Los Beatles. Sabía pelos y señales de la vida de cada integrante. Sus favoritos eran John y George naturalmente.
La rutina de los sábados era la siguiente: él salía con sus amigos o novia del momento y yo hacía lo propio (muchas veces coincidíamos). A una hora determinada nos encontrábamos en la Plaza San Martín para ir a mi casa, en el momento en que mi hermano Jorge se había ido (salía más tarde) para tomar posesión de su magnífico equipo de música y su colección de Los Beatles. La velada duraba hasta las tantas... Muchas veces con Pancho (Francisco Heredia) también. Escribíamos las letras, las cantábamos y a veces las traducíamos. Su álbum favorito era Abbey Road. Le fascinaba “Eleanor Rigby” se reía mucho, mucho de la frase: “El padre McKenzie escribe un sermón que nadie oirá”. “Here comes the sun” nos ponía los pelos de punta.
Carlos escribía para hacer canciones, tocaba la guitarra y a veces improvisaba con Edu al piano. Sus letras son profundas y llenas de contenido para un chico de su edad, casi melancólicas diría ahora.
Compartimos una hermosa amistad durante toda la secundaria... Al irnos a la universidad coincidíamos menos en Mercedes, pero siempre supimos las cosas importantes uno del otro.
Soñaba con viajar y conocer el mundo, soñaba con casarse y tener hijos, soñaba con producir sus canciones, siempre lleno de energía, alegría y esperanza pero sobre todo soñaba con un mundo más justo y tolerante.
Fue un amigo inteligente, fiel y entrañable. El tiempo nunca sanará su ausencia... Esté donde esté seguirá siendo mi querido amigo Carlitos”.



Los siguientes son poemas/canciones de Carlos Miguel Tillet, publicados en 1985 en el libro: Desde el silencio, escritos de jóvenes secuestrados desaparecidos durante la dictadura, con prólogo de Ernesto Sábato.


“Muchacha de otoño”

Sólo se ve la figura
cuando el árbol se desnuda
formando para tus pies
un camino dorado.
El cielo gris ha quedado
puesto que tu has llegado,
tu tristeza es alegría
para todos los que aman.
Muchacha de otoño
regresa ya...
Que los pájaros te extrañan.
El viento trae un canto,
un canto de alegría,
parece que estás por llegar
en estos días.
Muchacha de otoño
regresa ya...
Que los pájaros te extrañan.


“Qué solos quedan”

Qué solos quedan
los que quedan en la tierra,
si no tienen amor
de un padre, mujer o amigo.
Nunca odies,
aunque seas odiado,
siempre ama,
aunque seas pisoteado.
Qué solos quedan
Los que se van sin haber amado
aunque sea, aunque sea
solamente a su hermano.
Conserva siempre el amigo
con el que has crecido,
reflejo tuyo será
de lo que has querido.
Qué solos quedan
los que quedan en la tierra,
si no tienen amor
de un padre, mujer o amigo.


“Pídele piedad al sol”

Recuerdas aquel lugar
de gran claridad,
mirar allí era soñar,
era volar y no sé qué más.
Sin calles, sin veredas,
sin cordones de electricidad.
Más todo oscureció,
fue la noche que llegó
y la tiniebla nos atrapó.
Pídele piedad al sol,
pídele un rato más,
que se quede en este lugar
para que vuelva la claridad.
La gente a tropiezos va,
el tiempo no sabe dónde pisar,
las flores no tienen color,
ya no hay día en este lugar.
Pues todo oscureció,
fue la noche que llegó
y la tiniebla nos atrapó.
Pídele piedad al sol,
pídele un rato más,
que se quede en este lugar,
para que vuelva la claridad.

Carlos Miguel Tillet había nacido en Mercedes el 21 de enero de 1956. Cursó sus estudios en el Colegio San Patricio y los continuó luego en la Facultad de Derecho, mientras trabajaba en Tribunales. Le gustaba la música y escribía letras y canciones. Su gran sensibilidad lo acercó a los necesitados de las villas, a quienes visitaba y ayudaba en lo que podía. Concurrió con amigos a cursos sobre el Concilio Vaticano II en Mar del Plata. Desapareció el 3 de diciembre de 1976 en Capital, alrededor de las 19.00 horas.
En su prólogo, Ernesto Sábato dice lo siguiente sobre los poemas publicados en Desde el silencio:

“Más acá o más allá de valores literarios, se manifiesta la alta calidad de los desdichados que los escribieron, su devoción hacia los padres y a la tierra que los vio nacer, una sensibilidad en ocasiones evangélica hacia los desamparados y olvidados por los poderes de la Tierra. Es una siniestra paradoja que el exterminio de miles de seres de este valor haya sido perpetrado en nombre de Dios, la patria y la familia. Hay motivos para desgarrantes reflexiones sobre el destino de una juventud que fue parte de la mejor juventud argentina, cuyo único delito fue soñar con un mundo más humano”.






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